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Ya no queda gente que haya trabajado en las concavidades de la mina Perales en la comunidad de Huacata, en el municipio de San Lorenzo, donde durante décadas sus rocas fueron perforadas para extraer principalmente plomo. Una investigación publicada en el Diario El País.
La actividad minera en el corazón de la Tarija del gas es casi desconocida. La única herencia de esa actividad supera el cuarto de siglo de incesante contaminación hídrica en la quebrada La Mina, con parámetros que son 40 veces más alto de lo exigido por las normas medio ambientales en Bolivia y 200 veces más del límite permisible para consumo humano. Una herencia que todos quisieran olvidar que volvió a salir a la luz tras la construcción de la represa de Huacata, un vaso de agua de once hectómetros cúbicos que ya riega más de 400 hectáreas en el valle central de Tarija y que, según proyecto, servirá para abastecer de agua potable a San Lorenzo y a Tarija capital.El padre de Carlos Aramayo, un comunario de ojotas, bolo de coca y que ronda los 40 años, fue uno de los trabajadores que se internaba en los oscuros túneles de la mina. Todavía le queda en la memoria el momento de su niñez, cuando llevaba la comida para su papá. Las rodillas le resistían para caminar entre cerros y paja brava más de una hora diaria desde su casa hasta el lugar de explotación a orillas de la quebrada. Por entonces no se le pasaba por la cabeza que la extracción del metal alimentaba una amenaza fatal que le acompañaría el resto de sus días. Hoy no le cabe la menor duda.
Recuerda que la actividad minera fue hasta el año 1985. Como en ese tiempo no había camino para vehículos, todo lo extraído era transportado a lomo de burro, hasta llegar a la comunidad de Tomatas. Nunca supo si de ahí lo llevaban a la ciudad de Tarija o al norte del país.
Son 11 minas ubicadas en esa zona, pero es la llamada Perales la causante de problemas, que junto a otras seis está sobre la quebrada La Mina. Otras cuatro se abrieron sobre la quebrada El Valle. Desde su abandono, incluso antes, el plomo no ha dejado de fluir por la quebrada La Mina cada vez que llueve y por las filtraciones interiores y que luego de juntarse con dos ríos, alimenta la presa Huacata.
Datos para no humanos
Las convicciones de Don Carlos, albañil que cursó la primaria, resultaron tener base científica, pues hay estudios sobre la contaminación del agua en su comunidad, ubicada a unos 45 kilómetros de la ciudad de Tarija, pero no le conmueven demasiado luego de haber convivido durante años con ello.
El informe 2016 de monitoreo por parte de la Secretaría de Medio Ambiente de la Gobernación, revela que la contaminación mínima en la quebrada La Mina fue de 0,63 miligramos por litro de agua, la más alta fue de 2,12 en un punto de medición; esto es 200 veces más de lo permitido por la norma boliviana para consumo humano y 40 veces mas de lo establecido en la ley medio ambiental.
Como si Huacata estuviera al margen de la Ley, la norma boliviana 512 que no permite sobrepasar los 0,01 miligramos de plomo por litro de agua para el consumo humano y la Ley 1333 del Medio Ambiente que establece un máximo de 0,05 miligramos de plomo por litro de agua, no se aplicaron hasta que el Estado puso sus ojos en ese lugar para construir la actual represa. Esa iniciativa motivó los primeros estudios.
Fue el año 2013 cuando el Centro de Análisis de Investigación y Desarrollo (Ceanid) de la Universidad Autónoma Juan Misael Saracho (UAJMS) inició la toma de muestras de agua hasta el 2014, cada uno o dos meses. Así lo recuerda el jefe de esa institución, Adalid Aceituno, mientras se apoyaba en el escritorio de su oficina, se desabrochaba el mandil blanco que hacía juego con el color de su cabello y sus delgados labios se fruncían bajo los bigotes color ceniza, al tiempo de expresar la preocupación por los resultados obtenidos.
Mediante su trabajo se detectó 1,18 miligramos de plomo por litro en la quebrada La Mina de Huacata, una comunidad donde arranca el altiplano tarijeño y cuyas características nada tienen que envidiar a las pampas de Oruro o Villazón.
Remiendos
En el afán de mitigar el histórico problema, la Gobernación de Tarija ordenó el sellado de las bocaminas. La obra fue concluida y entregada en octubre del año 2015. Pero los desmontes de plomo a orillas de la quebrada y las filtraciones a causa de la fisura de la roca que encapsula el metal, fueron los encargados de poner jaque mate a los anhelados resultados. La contaminación no se redujo a los parámetros exigidos por ley.
La responsable del programa Monitoreo de Fuentes Hídricas de Aporte a la Presa Huacata, Ninet Llanos, aclara que la contaminación solo es en el trayecto de la quebrada, más no en los ríos y menos en el vaso de agua de la presa. Sustenta su teoría en base a dos aspectos.
Un primer factor está relacionado con el terreno del río, pues es arenoso, el plomo se adhiere a las partículas del suelo y no permite el paso del metal hacia más abajo. Otro aspecto es que el volumen del agua es mayor, por ende la cantidad de plomo se diluye y se hace menor. Así alcanzan los estándares exigidos por normativa. Los resultados de los estudios también lo confirman.
Llanos señala que no puede decir lo mismo de años atrás, pues no existen documentos o evidencias de que se tomaran acciones para controlar el derrame del metal en algún momento de los últimos 30 años de inactividad. Incluso cree que la contaminación fue mayor y los comunarios permanecían expuestos a ese peligro.
Sorpresas
Doña Hilaria Miranda vive a unos 50 metros de la presa Huacata, ella también teme por la contaminación del plomo y por eso, mientras su juventud se lo permita, traerá agua de otros lugares para suministrar a sus hijos pequeños. Todavía guarda en la memoria, cual fotografía, el momento de aquella madrugada de invierno del 2015 cuando se levantó a poner la caldera con agua en el fogón para preparar el desayuno.
Nunca había soñado una imagen así. Al dirigir sus ojos cafés hacia la represa divisó una especie de alfombra blanca de peces sin vida a la orilla. Tampoco imaginó que al cruzar hacia su parcela de cultivo todavía encontraría carpas más grandes en similar situación, agonizando como tratando de huir de una cámara de gas.
Su inquietud la llevó a indagar un poco sobre lo sucedido, pues el comentario en la comunidad era que el plomo fue el artífice de esa tragedia aquel día, ya que coincidió con el momento en que se realizaban los trabajos de sellado de la bocamina. Sin embargo, Llanos atribuyó el incidente a la falta de oxígeno. Aseguró que desde esa vez, no volvió a repetirse esa desdicha para la fauna acuática.
En el lugar del sellado de la Mina Perales todavía hay fragmentos de piedras que, después de partirlas y exponerlas a los rayos del sol, destellan el metal. Unos diez metros más arriba existe una casa de adobe sin techo y paredes semiderruidas. Carlos al dirigir su mirada hacia ese lado, evoca los tiempos del campamento minero, de su infancia y de su padre y sus compañeros descansando entre charlas, coca y alcohol, sin excesos, recuperando fuerzas para volver a desportillar las rocas. Tiempos de feliz desconocimiento.
Hilaria nunca llegó hasta las minas, pero sabe sobre el derrame de plomo en la quebrada. El agua corre unos siete kilómetros sobre roca lutita hasta llegar al río Grande, de ahí al Huacata y de ahí a la presa. El metal crea una capa espesa de color blanquecino, en algunas partes es verde y en otras marrón.
Animales como las vacas sacian su sed en ese afluente, una que otra oveja también lo hace. Al margen de ello, al costado de la quebrada hay sembradíos. Especialistas advierten de las consecuencias.
“El plomo puede adherirse a los alimentos” dice el jefe del Departamento de Física de la UAJMS, Marco Taquichiri, mientras acomoda sus lentes y se sienta tras la mesa de su laboratorio. Explica que al ser tóxico el metal, la persona que come o toma un líquido contaminado, se envenena eventualmente sin percatarse de ello.
“El plomo no se lo siente, no quema ni pica al ingerirlo, tanto así que el metal se adhiere al organismo humano – advierte el especialista – El individuo muere de otras causas, porque contamina el cuerpo. El plomo no hará que la persona deje de respirar, pero sí que otro organismo falle. Lo mismo ocurre con el zinc y el cadmio por ser tóxicos para el cuerpo humano”.
El oncólogo del Hospital Regional San Juan de Dios (HRSJD), Alberto Castrillo, profundiza más sobre el peligro. Su experiencia le lleva a sostener que los alimentos o agua contaminada con plomo aumentan el riesgo en los pacientes para producir diferentes tipos de carcinomas o cáncer en el cuerpo, principalmente en el tubo digestivo. También puede generar leucemias y enfermedades genéticas.
Las investigaciones sobre esta problemática en Tarija son escasas. Un estudio del 2004 permitió un seguimiento a 120 pacientes durante tres años. El objetivo era identificar de dónde provenían las personas con enfermedades oncológicas. Pero el patrón no apuntaba a un solo lugar, sino todo ello, tanto del área rural como de la urbana.
A Castrillo le preocupa que Tarija tenga índices de casos de cáncer similar a Japón y Chile. Especialmente tumoraciones cancerígenas en el tubo digestivo en individuos de entre 40 y 50 años, sin excluir a gente más joven.
El reporte de perfil epidemiológico de San Lorenzo, un municipio que no supera los 20.000 habitantes, revela datos sistemáticos en sus comunidades. Solo en nueve meses del 2016, en el Centro de Salud de Canasmoro se presentaron 557 casos de patologías que podrían estar asociadas al consumo de agua o alimentos contaminados con plomo. En la comunidad de Zapatera atendieron a 319 pacientes y en Carachimayo 819. Éstas son poblaciones cercanas a los ríos que llevan décadas alimentándose con el agua con plomo de la Mina Perales. Los habitantes de Huacata, que carece de centro de salud, generalmente acuden a cualquiera de esos tres centros.
Este caso no es aislado, los reportes de monitoreo de contaminación son enviados a la Contraloría General del Estado y a la Autoridad Jurisdiccional Administrativa Minera (AJAM), así lo afirmó el secretario de Medio Ambiente y Aguas de la Gobernación, Pablo Avilés, quien también asegura que tienen un plan a corto y mediano plazo para mitigar el derrame de plomo.
Llanos, consciente de los problemas que generan el desmonte de plomo y la fisura de la roca que origina derrames desde la mina Perales, optó por dirigir el agua desde la bocamina hacia unos 400 metros más abajo. Ahí planifica construir un sedimentador; luego de un tratamiento químico se precipitará y aislará el metal en un contenedor de seguridad bien sellado.
Una medida paliativa previa, será aislar el agua de la quebrada mediante tubería para que no pase por la bocamina, así limpiar manualmente el sedimento del afluente. Luego soltarán el líquido elemento por su trayecto natural.
Mientras esto pasa, el temor crece entre don Carlos, doña Hilaria y el resto de los vecinos que le hacen frente a más de un cuarto de siglo de contaminación del agua, pávidos de las fatales enfermedades que pueden contraer y el futuro que les espera a sus hijos, al convivir codo a codo con el plomo. La extracción del metal no les dejó mejores días, solo les convirtió en víctimas de una película de terror, de fantasmas silenciosos, que aún no ha terminado.