Violencia sexual comercial, el reflejo de las heridas en el seno del hogar

Esta investigación fue realizada con el apoyo del fondo concursable de la Fundación para el Periodismos (FPP) en el marco del proyecto Vida Sin Violencia, un proyecto de la Cooperación Suiza en Bolivia en alianza con la Agencia Sueca de Desarrollo Internacional (ASDI), implementado por Solidar Suiza.

Por Yenny Escalante y Sergio Mendoza

Se prohíbe y sanciona toda forma de violencia contra las niñas, niños y adolescentes, tanto en la familia como en la sociedad (CPE, artículo 61, párrafo I).

Para Reyna, para ellas…

Febrero del 2012

La primera vez que la vimos fue afuera de “El Tilín”, allí por la Ceja de El Alto donde la gente pasaba y repasaba, donde los jóvenes se juntaban para jugar Tekken, Metal Slug o Mario Bros, donde los guardias municipales robaban a los muchachos de la calle, donde los hombres sabían que podían encontrar alguna adolescente sumergida en tíner para llevársela al alojamiento más cercano por 50 bolivianos. Entonces ella tenía 15 años, aunque parecía de menos, 1,30 de estatura, un cuerpo diminuto.

Nos la presentaron como una reinita. Ella nos miró a los ojos, sonrió coqueta, extendió su menuda mano con ademanes de elegancia y aclaró: una Reyna.

Abril del 2022

Pasaron poco más de 10 años desde aquella vez, hoy ya no es una niña, aunque sí lo parezca por su voz pueril y su figura.

– Ahora tengo 25 años, he vivido desde mis 11 en la calle por problemas con mi familia. A mis nueve años me abusaron en mi propia casa, fue mi padrastro, yo a mi mamá le dije, pero no me ha creído. Tanto que me pegaba mi mamá, tanto que me maltrataba, ya me dolía todo mi cuerpo y por ese motivo me he salido, ya no aguantaba los golpes-, nos cuenta Reyna.

Habla mirando al suelo, como ocultándose. Pero ni su barbijo y ni la gorra con logo de calavera gris pueden ocultar lo notorio, un moretón reciente en el ojo derecho y un rostro hinchado por la golpiza que le dio su tercera y última pareja.

El trato no fue muy diferente con su segunda pareja, quien se convirtió en su proxeneta por siete años. Él la ingresó en la violencia sexual comercial (VSC), o como muchos erróneamente la llaman “prostitución infantil”.

“La VSC es el delito que comete un adulto al pagar a alguien, ya sea en dinero o en especie, para mantener cualquier tipo de actividad sexual, erótica o pornográfica con una niña, niño o adolescente (NNA), con la finalidad de satisfacer sus intereses o deseos sexuales. Este pago, algunas veces, puede traducirse en supuestos favores, sobornos que aprovechan la situación de vulnerabilidad de la NNA”, según el Movimiento Vuela Libre.

Existen múltiples razones para que un menor de edad caiga en la VSC; sin embargo, la disfunción familiar es una de las principales causas, según los hallazgos de esta investigación. Las niñas, niños y adolescentes, atrapados en un círculo de violencia o indiferencia dentro su propio hogar, buscan alternativas. En esta situación de vulnerabilidad son captados por redes sociales, agencias de empleo, o algún conocido, señala Ariel Ramírez, subdirector de la Fundación Munasim Kullakita, institución que trabaja para hacer frente a este problema en Bolivia.

– Ninguna de ellas llega ahí (la calle) porque quiere, sino porque sus condiciones de familia, económica y de vulnerabilidad, las impulsa a eso-, dice Ramírez.

Reyna escapó de su casa, del abuso físico y sexual que sufría allí, cuando apenas era una niña.

– La primera noche caminé y caminé en la calle, no sabía qué hacer. Comencé a anunciar para los minibuses y después conocí a un caballero. Su esposa me quería adoptar porque no podía tener hijos. Ella me daba un techo, pero su pareja se quería propasar conmigo, me quería abusar. Por ese motivo me he salido de esa casa y he empezado a trabajar en un baño público y a conocer a las chicas de la calle-, relata.

Los seres humanos buscamos afecto y sentir que pertenecemos. Eso lo saben muy bien los proxenetas, que disfrazados de novios, madres sustitutas, amigas, etc., captan a sus víctimas con engaños y buenos tratos, pero eso es sólo al principio. La segunda pareja de Reyna le regalaba peluches y era amable, cariñoso, pero sólo fue por un mes, después empezó el calvario. La prostituyó cuando tenía 15 años.

Uno de los bares en Caranavi, La Paz

Las kencha calles

Es sábado y estamos en Caranavi, una población con clima yungueño y puerta de ingreso a las poblaciones mineras de Guanay, Teoponte y Mapiri. En esta región la fiebre del oro aún mueve la economía, el comercio, el alcohol, y los servicios y abusos sexuales. Se han registrado con frecuencia casos de menores víctimas de VSC.

Esta actividad genera movimiento económico no sólo para los proxenetas, sino para quien provee bebidas alcohólicas, para la mujer que vende rosas y peluches en los bares, para la señora que vende comida al frente del lugar, por eso, la misma comunidad alerta de los operativos policiales, dice Ramírez.

Las kencha calles, que en quechua significa «de mala suerte», son conocidas por la existencia de bares donde se puede tomar sin medida y encontrar jovencitas que hacen “pieza”, es decir, que tienen relaciones sexuales con quien pague la tarifa impuesta por sus proxenetas.

Todos los bares tienen algo en común: música a todo volumen y cortinas semitransparentes a modo de puertas de ingreso. Afuera siempre hay sillas, vacías u ocupadas por una o más mujeres, en su mayoría de pollera.

Kencha calle de Guanay, La Paz

Una joven que quiere escribir, un peluche y cuatro borrachos

Docenas de hombres como yo caminan por estas calles de la mala fortuna en busca de menores de edad, cada quien con intereses diferentes. Yo quiero compartir un trago, conversar y saber cómo llegaron allí. Al ingreso de uno de los bares está una de las que lucen más jóvenes. Tiene el cabello corto, voz y ojos de niña, aunque me dice que tiene 21 años recién cumplidos en febrero pasado.

Anastasia llegó apenas hace dos días con engaños. Estaba en Cochabamba cuando vio un anuncio de trabajo que solicitaba una señorita para mesera, pero éste no es el trabajo de una mesera, es el de una dama de compañía; eso hace: bebe y acompaña, y charla, y bebe, e intenta (a mi parecer en una desmedida inocencia) que los borrachos se sientan cómodos.

A su izquierda, detrás de unas cortinas verde chillón está la “prima lejana” de Anastasia, con un vestido negro, ceñido y escotado. No parece tener más de 23 años y le acaban de regalar un oso de peluche blanco con un sombrero rosa pálido. Se lo dio un hombre mayor, como quien da un obsequio a su novia, a su hija. La veo sentada con dos borrachos a cada lado, con las piernas juntas y encima el peluche al que ella mira fijamente.

– Yo no tengo nada que envidiar, parece que el caballero se enamoró de mi prima-, me dice Anastasia, y pienso que quizás a ella le gustaría un peluche, o una flor.

– ¿Y el que está allá es tu jefe? Porque no deja de mirarte y tú vas todo el tiempo donde él -le digo, refiriéndome a un hombre que bebe solo y observa cerca a la puerta de ingreso.

Luego sabré que él espera que los dos que están con “la prima” caigan dormidos para llevar a la muchacha a algún cuarto del fondo.

– Ella sabrá, yo no hago pieza -me dice la joven de ojos de niña.

Ella sólo bebe, por 14 horas diarias, de 13:00 a 3:00 del día siguiente. Duerme de 4:00 a 11:00 y se alista para seguir bebiendo por una paga prometida de Bs. 2.500. Lo hace seis días a la semana, quizás tenga un día de descanso, aunque eso nunca lo sabré. Tiene su habitación propia, me dice, y el alquiler y la comida están cubiertos.

– ¿Y qué pasa si a fin de mes te descuentan por tu alquiler y tu comida? –le pregunto.

– Eso no es parte del contrato -me dice; pero ya la engañaron con el tipo de trabajo que haría. Este es un mundo de ilusiones.

Es recién su tercer día y sabe que este “trabajo” la acabará arruinando. Me dice que sólo quiere estar un mes porque el alcohol daña su estómago. Si no hace pieza sólo sacará (con suerte) Bs. 2.500. ¿Cuánto pasará para que considere acostarse con extraños como “la única posibilidad” para conseguir lo que vino a buscar?, dinero para estudiar una carrera, y luego tener un empleo, y una casa y un coche.

A ella le gusta escribir y antes de irme, para no volverla a ver, le deseo que haga sus sueños realidad.

Puedes ganar más si eres más “accesible” con los clientes

Mientras tanto, yo estoy en otra esquina de las kencha calles. Siento sus miradas clavadas en mí, la de varias personas que pasan por el lugar, asumo que piensan: ¿qué hace esa chica ahí, qué espera o qué busca? Yo sigo observando e ideando cómo empezar a hablarles. Pretendo saber cómo es el modo de captación.

– ¿No conoces a doña Rosa?, ella me iba a dar trabajo -le digo a una joven de cabellos ondulados y tez morena. Me responde que no la conoce.

– Aquí hay trabajo, pero de lo que yo hago –agrega, indicándome a los dos hombres que están bebiendo cerveza-. Puedes hablar con la dueña del local, es doña Martha.

Después de las mesas de restaurant, más adentro, hay unos sillones donde dos hombres charlan y beben con una joven de piel muy blanca y cabello recogido, de color negro intenso, con un vestido ceñido y el maquillaje corrido como si fuese del día anterior. Apenas puede mantenerse erguida.

Avanzo detrás de mi anfitriona. Hay mucho movimiento, niños y adultos van de un lado a otro, creo que ordenan las cervezas que llegaron, las colocan en un cuarto que parece cocina pero que también tiene dos colchones pequeños en el suelo, rasgados y sucios. ¿Acaso alguien duerme ahí?

Doblamos a la izquierda hacia otra habitación oscura, tétrico. Allí están sentadas dos mujeres, apoyadas sobre una mesa frente a un viejo ventilador.

– Ella busca trabajo -dice mi anfitriona y se marcha.

La de cuerpo robusto es doña Martha. Me mira de pies a cabeza.

– ¿Quieres trabajar? –Yo asiento y ella sonríe, de forma dulce y sincera, como para despertar confianza-. Aquí hay trabajo, sólo tienes que hacer tomar a los hombres, al cliente que venga, mientras más gastan, más ganas vos. El trabajo es de una de la tarde a dos y media de la mañana del día siguiente.

– Es hasta las tres –afirma con seguridad la mujer que está a su lado.

– Sí, en realidad es hasta las tres –confirma Marta.

Son 14 horas de trabajo con un sueldo de Bs. 2.000 —o al menos eso es lo que me ofreció a mí—, con opción a ganar más si hago consumir más a la gente. Van a contar las botellas y las cajas para ver cuánto más puedo ganar, puedo sacar hasta Bs. 3.000 al mes, me dice Martha.

– De comida y vivienda no te tienes que preocupar. Eso yo te voy a dar si quieres. Yo voy a ser como una madre para vos. Yo les cuido a las chicas que trabajan conmigo -habla siempre con una sonrisa en el rostro-. ¿Ya comiste o estás sin comer?

Quiere ganar mi confianza. Asegura que me permitirá estudiar, que me dará tiempo para ir a mis clases, aunque en realidad no hay tiempo más que para dormir un poco después de 14 horas de tomar y atender borrachos. Pero yo no debo preocuparme de nada, sólo de atenderlos, no tengo que limpiar o cocinar, seré como una reina allí. Y si alguien bebe demás puedo quedarme con su celular.

– Esos ya son tus extras -agrega como incitándome al delito.

Finalmente me dice que hay otra forma de ganar más dinero: haciendo pieza, pero que eso depende de mí y nadie me obligará; mientras tanto puedo empezar sólo tomando con los que vengan y después ver qué pasa.

– ¿Qué son cinco minutos? Un ratito y haces harta plata. Hasta yo hago pieza algunas veces, yo soy una reina –se elogia resaltando su amplia figura-. Pero los hombres se cansan, las mujeres pasamos de moda, ya no quieren mayores, ya no les gustan, ahora buscan jovencitas como vos.

Son Bs. 300 por mi cuerpo: 100 para Martha y 200 para mí. Por 15 minutos de estar con hombres a cambio de billetes u oro puro.

Según ella, puedo ganar hasta Bs. 5.000 al mes. Y, si me quedo a trabajar de una vez, en ese mismo instante abrirían el local contiguo para que yo me encargue.

– Entonces, ¿cómo estamos quedando? Te animas, ¿no?

Jóvenes en situación de calle en El Alto, La Paz /Foto: Fundación Munasim Kullakita

Anclaje

¿Cómo llegaron las adolescentes y jóvenes donde hoy están? Buena parte no están allí de forma “obligada”, pero sí condicionada, bajo extorsiones o engaños.

El subdirector Munasim Kullkita, Ariel Ramírez, dice que muchas de ellas son captadas para trabajar haciendo limpieza u otro deber, pero no les dicen que luego les cobrarán el cuarto, la comida y otros gastos personales. Las van endeudando de a poco.

– Llegan con engaños, las llevan a los bares, les cobran luego por la alimentación, por la cama y por todo. Al final ellas quedan endeudadas y por pagar sus deudas ingresan a la explotación sexual –afirma.

Las traen de diferentes partes del país, de otros departamentos o de las comunidades más alejadas de La Paz. Son desplazadas por la actividad minera, por la contaminación. Así, con un mínimo de oportunidades, las mujeres indígenas y campesinas entran de la peor manera a este mundo.

En esa misma línea, el investigador de la División de Trata y Tráfico de La Paz, subteniente Jorge Rudy Chura, indica que hay “anuncios anzuelo”, con los que se ofrece trabajo para secretarias, niñeras, cocineras, etc., pero que en realidad es VSC. Dice que la captación de personas ahora se da más por redes sociales.

Publico en un grupo inmobiliario de Facebook: “Busco trabajo en Caranavi, tengo 16 años”. Enseguida los mensajes y llamadas al Messenger empiezan a llegar.

Esos hombres no pierden el tiempo y van al grano: “Sexo por dinero”. “Hola linda, ¿cuánto cobras?”. “Mi amor, yo tengo trabajo para vos, pago 200 bolivianos, animate”, son algunos de los mensajes de texto. Y las llamadas siguen.

Una mujer me dice que tiene trabajo para mí, me envía el video de una discoteca y me dice que puedo ganar bien, que me pagarán por comisión de cada caja vendida.

Algo común en los hombres que escriben es que todos quieren saber más de mí, si tengo familia, si tengo padres, de dónde soy, dónde vivo actualmente.

Al negar la posibilidad de tener relaciones sexuales, dos de ellos me dicen que pueden darme otro tipo de trabajo en sus casas. Uno de ellos ofrece que cuide a su hija de tres años por 15 horas diarias, porque él es padre soltero. El otro me dice que puedo limpiar su huerta, que me pagará Bs. 80 la jornada de ocho horas. Intentan hacerse ver tan comprensivos y no tardan en ofrecer su casa para que pueda “vivir” allí.

¿Será que si entro a alguna de esas casas volveré a salir?

– Cada día se publican entre tres a cuatro afiches de niños y adolescentes desaparecidos -afirma el subteniente Chura, de la División de Trata y Tráfico de La Paz, y nosotros lo confirmamos cuando llegamos a la Estación Policial de Caranavi, donde en una puerta de vidrio, se exponen los letreros de búsqueda de varias niñas y adolescentes.

Por otro lado están quienes son obligadas a escapar de sus hogares, no solo por las discusiones y peleas familiares, sino porque son víctimas de abuso sexual. Entonces, llegan a las calles y es difícil salir de ese mundo.

– Es complicado sacarlas de la violencia sexual comercial porque ya naturalizaron la explotación de sus cuerpos -dice Ariel Ramírez, subdirector de Munasim Kullakita.

No sólo hay explotación sexual, sino también se puede hablar de explotación laboral. En los bares pasan hasta 14 horas bebiendo sin descanso, una actividad que de a poco destruye su cuerpo.

“Cuánto daría por volver a ese día”

Mientras caminamos por El Alto, una de las trabajadoras de Munasim Kullakita enfatiza que la mejor opción es trabajar con la familia para prevenir que los menores de edad caigan en la VSC. De poco sirve trabajar con una adolescente si después del taller volverá al seno de una familia donde la golpean, la violan, la menosprecian o refuerzan su situación de vulnerabilidad.

En su memoria repleta de episodios trágicos, Reyna conserva con claridad cinematográfica el mejor momento de su vida. Fue hace casi 10 años, cumplía 15 años, ya estaba en la calle, y no había recibido ninguna llamada de su familia. No era para extrañarse, su madre incluso sacó una orden judicial de alejamiento para mantenerla a raya, no quería ni verla.

Pero apareció un amigo que la invitó a comer a la feria de El Alto, le compró un hermoso vestido, la llevó un salón de belleza para que le armaran el peinado y después a un conocido hotel de la Ceja donde la esperaban otros amigos y conocidos. Parecía un cuento de hadas.

– ¡Cuánto no daría por volver a ese día!

Esta es otra historia, la de Claudia, una joven de El Alto, sin embargo refleja la historia de muchas otras niñas, adolescentes y mujeres que actualmente están en situación de calle y que son víctimas de violencia sexual comercial en La Paz, Bolivia y cualquier otra parte del mundo.

Un agradecimiento especial a la Fundación Munasim Kullakita por habernos apoyado para lograr el acercamiento, tanto hace 10 años como ahora, con las jóvenes y adolescentes que son víctimas de violencia sexual comercial y están en situación de calle.

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